MONIKA ERTL. Cineasta, guerrillera y vengadora del Che Guevara

Yebrail Ramírez Chaves

 

El alma de un revolucionario no está vuelta hacia sí misma sino hacia la humanidad.

En estos casos, el alma debe sacrificarse para salvar el alma:

en base a una moralidad mística, hay que convertirse en un

despiadado Realpolitiker, y hay que violar el mandamiento

[…] «No matarás».

György Lukács

 

En un cálido 7 de agosto de 1937, en Múnich, Alemania, nace Monika Ertl, en el seno de una familia burguesa. Junto a las comodidades propias de su clase, los primeros años de vida de Monika estuvieron impregnados de nazismo y guerra. Su padre, Hans Ertl, fue periodista, fotógrafo y cineasta. Hans retrató a varios altos jerarcas del régimen totalitario, documentó escenas bélicas y trabajó como camarógrafo de la directora de cine Leni Riefenstahl, realizadora de la película El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens) y del documental Olympia, obras monumentales en las que Leni renovó gran parte de la técnica narrativa y cinematográfica. El padre de Monika, además, se popularizó como el «fotógrafo de Hitler», a pesar de que, en estricto rigor, no cumplió esta función. Una carrera boyante para él y un futuro prometedor para su familia parecían ciertos.

Monika en Bolivia, trabajando como asistenta de cámara en los proyectos de su padre

Pero, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, la familia Ertl se vio impelida a emigrar en 1950, primero a Chile y luego a Bolivia, siendo acogida en La Paz por colonias de alemanes nazis, para finalmente instalarse en Chiquitania. En nuevas tierras, Hans prosiguió su carrera cinematográfica acompañado de la pequeña Monika. Ella aprendió rápidamente el oficio de su padre, trabajó con él y con el director boliviano Jorge Ruiz, hasta ascender y ser una de las pioneras del arte documental en Latinoamérica. Padre e hija viajaron por espesas selvas, cerros agrestes y pueblos huidizos, para filmar y fotografiar.

Sin embargo, como en Hamlet y como en el Manifiesto Comunista, en dichas expediciones y en un posterior tour por Europa, se presentó a Monika un espectro, revelándole una historia, la de los oprimidos y explotados, y delegándole, más tarde, una misión especial: dar muerte al verdugo del Che Guevara.

Cruzar el Rubicón

Con el paso del tiempo, la vida en Bolivia despertaba en Monika sus pasiones, sus rebeldías, sus dudas, sus propios anhelos, mientras la situación política local y global trazaba para ella otros horizontes posibles. La guerrilla empezaba sus primeras operaciones en los años sesenta, avanzando por el «primer ciclo guerrillero boliviano» de las décadas de 1960-1970, con sus tres fases:

1) La primera se ubica entre los años 1963-66, donde se desarrolló la Operación Matraca con dos columnas guerrilleras, el Ejército de Liberación Nacional - ELN y el Ejército Guerrillero del Pueblo - EGP, que debían dirigirse a Perú y a Argentina respectivamente. En esta fase, Bolivia era considerada como centro logístico y de tránsito, no como el teatro de operaciones.

2) La segunda fase es la que ocupa la estancia del Che en Bolivia (octubre de 1966-octubre de 1967). En este periodo se destacan ajustes del plan estratégico, modificando el papel de Bolivia y de la guerrilla (ELN), pues ahora el país sería el epicentro de las acciones bélicas insurgentes aún dentro del enfoque de una estrategia continental.

3) Por último, está el periodo posterior a la caída del Che, con el apoyo desde Chile de cuadros del Partido Socialista que facilitaron la entrada a Bolivia de unos 80 combatientes entrenados militarmente en Cuba. Bolivia formalmente se convirtió en el país de la acción revolucionaria por la conquista del poder político y Chile asumió el rol de retaguardia y territorio logístico.[1]


Monika vivió y conoció este ciclo, captó la emergencia de las luchas revolucionarias en el continente y en Bolivia, se apasionó por el Che y lo que representaba, se apenó hondamente por su muerte, empatizó con los plebeyos y los vencidos. En este paisaje, luego de casarse en 1958 y divorciarse diez años después, realizó un viaje por Europa, y en su paso por Alemania Occidental se relacionó con la Oposición Extraparlamentaria – APO (Außerparlamentarische Opposition). Terminó de impregnarse de revolución. Ella misma decidió conferirle sentido a su existencia mediante el compromiso con la emancipación humana, que se volvió su estrella polar. Eran los tiempos de Mayo francés y de las batallas estudiantiles en la Alemania Federal, que combinaban la masividad y la acción violenta en la protesta con la teoría crítica de la sociedad[2].

Para Monika, el momento fundamental de su vida se hacía presente. Estaba de pie a orillas del Rubicón. ¿Mantenerse del lado de la existencia serena y próspera, complaciente con el sistema, o atravesar el río, alejarse de la frivolidad y seguir avante hacia la peligrosa terra incognita de la rebelión y la clandestinidad? ¿Dejar atrás la vida de indiferencia y egoísmo, romper con su padre y sus redes nazi-fascistas, para vincularse a la lucha armada? Monika cruzó el Rubicón, le declaró la guerra al orden social dominante, y al volver a Bolivia ingresó al ELN, en 1969, casi dos años después del asesinato del Che Guevara, involucrándose de lleno en la tercera fase del ciclo guerrillero en dicho país. Su salida de la minoría de edad se fusionó, y no podía ser de otro modo, con la comunidad del antagonismo absoluto.

Ajusticiar a Quintanilla

Luego de que el Che Guevara fuera asesinado el 9 de octubre de 1967, el jefe policial que dirigió la operación contra él y su tropa, el teniente coronel Roberto Quintanilla Pérez, procedió a cercenarle las manos para exhibirlas como su trofeo de guerra. Quintanilla, formado en la Escuela de las Américas en Panamá, fue condecorado y luego, en julio de 1970, fue enviado a Hamburgo para fungir como cónsul de Bolivia.

Durante esos años, Monika respondía a los deberes de guerrillera, formándose militar y políticamente, aunque ya gozaba de una extensa riqueza intelectual y artística, dominaba varios idiomas (alemán, español, aimara e inglés) y poseía bastante destreza para la supervivencia en entornos hostiles. Por su parte, Quintanilla, orondo y confiado, siguió cumpliendo en Hamburgo con sus funciones consulares, al menos hasta las 9h40 del 1 de abril de 1971.

Esa mañana de abril, una jovial mujer, de deslumbrante belleza y porte elegante, esperaba en la antesala de la oficina del cónsul boliviano para ser atendida. Según se acordó en días previos, la mujer, que decía ser australiana, solicitó una cita para tramitar una visa, y aquel primero de abril debía entrevistarse con Quintanilla. Éste, al llegar a su oficina, atendió a la mujer, a Monika, a la guerrillera que días atrás había viajado desde Bolivia a su país natal para cumplir un mandatado del ELN: ajusticiar a Roberto Quintanilla. Debidamente preparada para la misión de alto riesgo, la preciosidad de su rostro dejó traslucir su valentía e indeclinable voluntad de honrar el imperativo insurgente de redimir a vencidos y subalternos.

Roberto Quintanilla Pérez

Estando frente a frente con el verdugo, y tras una última mirada fija entre ambos, Monika sacó de su bolso una Colt Cobra .38 que apuntó con mano estable en dirección a Quintanilla, para proceder casi de inmediato a disparar tres proyectiles que impactaron la humanidad del cónsul. La tensión del momento se esfumó en un suspiro. El profanador del cuerpo del Che Guevara se desplomó abatido. Su muerte fue rápida. Monika, sin perder la templanza pero sin relajar el ritmo, abandonó el despacho, desechó el arma y otros elementos durante su huida, y tras salir del edificio se subió en un automóvil que la esperaba. Partió camuflándose entre el tráfico de Hamburgo. Nadie la capturó.

Venganza hamletiana, metódica, ajedrecística, que se confeccionó de manera impecable y audaz. Cada paso, cada pensamiento, cada decisión, cada emoción la acercaban al enemigo más odiado. Paradojas reales de una vida auténtica, que no se oculta intramuros, sino que encara sus circunstancias, interviene en el mundo, transforma la historia, localiza y realiza utopías. Esta violencia (divina), antítesis del espacio-tiempo del Derecho, se manifiesta como redención, como pregonera de soberanías emergentes y del por-venir reino de la justicia.[3] Su dialéctica, es decir, el hecho de ser violencia que se niega a sí misma, preserva a la vez que aniquila, es letal al tiempo que fecunda. Lo sujetos, el lugar histórico, los fines y los medios son los que determinan tal contenido.

Tras una impresionante travesía para retornar a Bolivia, huyendo de la rabiosa cacería que contra ella emprendió la dictadura boliviana apoyada por varios gobiernos europeos, Monika ingresó de nuevo al país latinoamericano para seguir en la lucha.

El «tío carnicero» y muerte heroica

Pese a la maestría que cada día desarrollaba Monika como soldado de la revolución, no fue inmune a la infamia que tiempo más tarde cegaría su vida. ¿Qué sucedió?

Años atrás, en 1955, arribó a la capital boliviana Klaus Barbie, un regente nazi que huía de los juicios de posguerra contra los mandos del Tercer Reich. Barbie fue el jefe de la Sección IV de la Gestapo en Lyon, Francia, entre 1942 y 1944, ganándose el sobrenombre de El carnicero de Lyon por su implacable brutalidad criminal. A Barbie se le atribuyó la responsabilidad en más de 18.000 asesinatos (entre civiles y miembros de la Resistencia) y en más de 7.000 deportaciones a los campos de exterminio.[4]

El carnicero de Lyon, Klaus Barbie

Una vez culminada la guerra, Barbie cambió de identidad y pasó a trabajar para la inteligencia militar estadounidense en la persecución de comunistas. Desde 1947 hasta 1951 estuvo bajo la protección de Estados Unidos, hasta que la presión de Francia por lograr su detención y extradición le hicieron trasladarse de país, siempre con el apoyo norteamericano (por medio de una ratline), hasta posarse en La Paz en 1955. Allí cambió su apellido por «Altman» y fue acogido por las mismas colonias pronazis que en su momento recibieron a la familia Ertl. Es en estos momentos donde Barbie rápidamente forjó una estrecha relación con Hans y su familia. Tan íntimo fue el vínculo que las niñas, incluida Monika, llamaban cariñosamente «tío» a Barbie.

Con la imposición en Bolivia de la dictadura de René Emilio Barrientos (1964-1969), Barbie tuvo una significativa escalada burocrática (como asesor político-militar) y económica (como traficante de armas), teniendo por cúspide su colaboración con las dictaduras de Hugo Banzer (1971-1978) y de Luis García Meza (1980-1981). Su reputación de «carnicero» fue bienvenida en el gobierno de Estados Unidos y en los sucesivos gobiernos militares de Bolivia.

Resguardado por las autoridades, que le garantizaban abrigo territorial e impunidad, contra Barbie se desató una persecución por quienes demandaban justicia. Pero ante las dificultades para conseguir la extradición, en 1972 un pequeño grupo, conformado por los reconocidos cazadores de nazis Serge y Beate Klarsfeld, el filósofo Régis Debray y algunos militantes del ELN, diseñó en Santiago de Chile un plan para secuestrar a Barbie, sacarlo secretamente de Bolivia y retornarlo a Francia para que respondiera ante los tribunales. Pese a que no se obtuvieron los resultados esperados, Barbie entendió que el cerco se comprimía.

De tal modo, el carnicero intensificó su actividad de espionaje y promovió grupos paramilitares con el fin de suprimir cualquier amenaza contra la dictadura y, en última instancia, contra su vida y libertad. Obsesivo y nervioso, prestó servicios especiales en diversas acciones contra el ELN. En una de ellas, el 12 de mayo de 1973 a las 23h00 aproximadamente, las fuerzas de la dictadura ejecutaron un ataque, en una periférica zona de La Paz, contra dos destacados guerrilleros: Monika Ertl (de 35 años) y Osvaldo Ukaski. Ambos murieron. Barbie, el funesto criminal nazi, participó consciente y activamente en la preparación de la celada contra su «sobrina». El cuerpo de Monika fue desaparecido.

Hoy, una modesta lápida en el cementerio central de La Paz expone el nombre de Monika Ertl. Su legado, su herencia, no obstante, desborda cualquier sepulcro, rebasa fronteras, potencia espíritus subversivos, enardece corazones insaciables de cambio, de justicia social, de revolución. La fuerza melancólica de la derrota encuentra en esta historia una desgarradora confirmación. Con extrema literalidad, las últimas clases vengadoras de las que hablaba Walter Benjamin encomiarán la vida de Monika Ertl.

 


 

Referencias

Benjamin, Walter. «Para una crítica de la violencia». En Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, 23-45. Madrid: Grupo Santillana de Ediciones, S. A., 2011.

Rodríguez Ostria, Gustavo. «Bolivia en el ciclo guerrillero, 1963-1970 continuidades y diferencias». En Por el camino del Che. Las guerrillas latinoamericanas, 1959-1990, editado por Pablo Pozzi y Claudio Pérez, 189-202. Buenos Aires: Imago Mundi, 2011.

Schreiber, Jürgen. La mujer que vengó al Che Guevara. La historia de Monika Ertl. Buenos Aires: Capital Intelectual, S. A. 2010.



[1] Rodríguez Ostria, Gustavo. «Bolivia en el ciclo guerrillero, 1963-1970 continuidades y diferencias». En Por el camino del Che. Las guerrillas latinoamericanas, 1959-1990, editado por Pablo Pozzi y Claudio Pérez, 189-202. Buenos Aires: Imago Mundi, 2011.

[2] En 1969, Theodor W. Adorno, con cierta estupefacción, dijo sobre las jornadas del ‘68 en Alemania del Oeste: «Yo establecí un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo podría haber sospechado que la gente lo pondría en práctica con cócteles molotov?».

[3] Benjamin, Walter. «Para una crítica de la violencia». En Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, 23-45. Madrid: Grupo Santillana de Ediciones, S. A., 2011.

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