Yebrail Ramírez Chaves
Saturado el mercado de
opiniones y análisis, con las ofertas pregonadas por «expertos» y tecnócratas –nuevos
traficantes de soluciones que, no obstante, siempre terminan deslizándose como
arena entre los dedos ante la severidad de la crisis actual–, y con la
entronización del «hacer por hacer» como único modo de encarar los desafíos del
mundo, seguramente las siguientes palabras se perderán en la densa bruma del
pensamiento oficial, hoy adornado como responsable, mesurado, calculador,
humanitario. En efecto, tan seductores resultan los llamados a la calma, a la
hermandad, a la conciliación, a la distribución por igual de las cargas de
responsabilidad entre todos los habitantes del globo, que hasta cierta
izquierda, haciendo gala de su alma bella, a pesar de estar postrada política e
ideológicamente, acude a los cantos de sirena que resuenan en las cavernas de
Bogotá, Pekín, París, Santiago de Chile o Moscú.
Polemizar esta conducta
de la izquierda extenuada por la confrontación es, entonces, la principal
motivación del siguiente escrito. Que los grandes capitalistas y sus marionetas
en los gobiernos respondan como lo hacen y han hecho hasta ahora a la actual
crisis mundial es, hasta cierto punto, esperable y normal, mientras no se vean forzados por una fuerza social amenazadora y
opuesta a ajustar sus planes. Que Iván Duque se encomiende, en estas
circunstancias, a la Virgen de Chiquinquirá y a las familias más «afortunadas»
para que socorran a las «menos afortunadas», –mientras en su alocución lanzaba
una contundente advertencia al virus: el más feliz de los espíritus nacionales
lo enfrentará con fe en Dios–, solo sorprende por nuestra permisividad ante un
gobierno gamonal en ancho cuerpo ajeno y de delgada mente propia. Hasta aquí
sigue amaneciendo por el oriente y anocheciendo por el occidente. Lo más
llamativo, sin embargo, es la conducta de los sectores políticos bautizados «alternativos»,
por lo menos en lo que respecta a Colombia. Los unos, desde los puestos
gubernamentales locales, no escatiman esfuerzos para movilizar las tropas del
ESMAD contra estudiantes, huelguistas y hambrientos, mientras se ufanan de su
popularidad en las encuestas y de sus inteligentes medidas administrativas (por
ejemplo: pico y género). Los otros, más nobles y pulcros, reorientan parte de
sus labores institucionales a dirigir cartas a los mandatarios locales, con el
fin de solicitar socorro a los «desafortunados» y ofrecer sus servicios como
mediadores (¿y repartidores?) en las eventuales ayudas humanitarias.
¿Qué se observa en estas
acciones? Parece que asistimos a un nuevo proceso acrítico, espontáneo y
planificado a la vez, de exaltación del Estado redentor, del mito del salvador
supremo moderno, secular y virtuoso. ¿Cuál es su deber? «¡Garantizar los
derechos de la población!» afirman con certeza los liberales de izquierda. ¿Si
no lo hace o no lo cumple? «Hay que cambiar el timonel del Estado, como se
cambió a Benedicto XVI por Francisco, o a Bush por Obama» dicen unos; «se debe
reactivar el parlamento», entonan otros; «garantizar el monopolio de la fuerza
al Ejército (¡¡¡de Colombia!!!)», proponen algunos más. Esto sobre la premisa
ideológica de la neutralidad del Estado y de la confianza en su deber moral de
proteger y alegrar a los ciudadanos bajo su cuidado (control). Reeditar el cartismo, pero en clave de Twitter, con
la vana esperanza de lograr algo más que no sea la caridad institucional puede
tener su fuente en estas consideraciones.
Por este sendero, la
izquierda aggiornada criolla,
insuflada por su alma bella, aspira o a participar en la administración de la
crisis, para darle un tinte más popular, o a presionar desde las redes y desde
las curules el aumento de las ayudas a los pobres del país. En ambos casos, más
allá de la forma, lo esencial es la continuidad del proyecto caritativo como
mecanismo expedito para cumplir con el deber y aliviar la situación. No se
advierte que este recurso caritativo tiene como elemento fundamental para su
promoción tanto la existencia de los pobres como la petrificación y permanencia
de su condición social. El caritativo o el filántropo (que en la moderna
sociedad es preferentemente el multimillonario) se sostienen
justamente porque al frente suyo existe el otro, el simple otro que, en su
estado de pasividad, no puede llegar a ser algo sin las buenas donaciones. Elevada
la caridad a política de partido o de gobierno, homologada equívocamente con la
solidaridad de clase, internacionalista, activa y revolucionaria, tan solo se
consigue la extensión, la irradiación y la conservación del oprobio a nivel
nacional, no su superación. Las hipotéticas y siempre provisionales ayudas del
neoliberalismo social o del neoasistencialismo de izquierda para paliar los
efectos más agudos de la crisis actual no solo presuponen la existencia de los
hambrientos y enfermos, también refuerzan su situación aferrándolos a la
marginalidad. La reciente experiencia del progresismo latinoamericano da
muestra de ello. Bien apuntaron Marx y Engels en La Sagrada familia que
esta forma de moral caritativa es «la impotencia puesta en acción». Y bien
señaló Gramsci en sus cuadernos que la caridad y el asistencialismo son la
mejor forma de esquivar el abordaje económico, es decir, revolucionario, de la
pobreza.
Si de lo que se trata es
de superar cualquier forma de sojuzgamiento, miseria y marginalidad
económico-social, haciendo imposible como derivación toda apelación al
asistencialismo caritativo por parte de las instituciones públicas, la conducta
política de los partidos que se precian pertenecer al espectro de la izquierda,
al menos la radical, no puede desechar el abanico de las posibilidades
remitiéndose únicamente a la exigencia de derechos. Es más que llamativa la
poca preocupación política de dichos partidos frente a los posibles desenlaces
de la crisis presente en el país. El dilema ya está planteado desde el
principio de la cuarentena por los mismos trabajadores, por los habitantes de
las periferias y por los prisioneros en hacinamiento (¿habría que recordarlo?),
y la tendencia indica que su solución inmediata no se dará con la estimación de
un presupuesto solidario para presentarle, a modo de propuesta, a Carrasquilla,
sino que se abre camino por fuera del deber ciudadano, legal, institucional,
esto es, con cacerolazos, mítines, motines en cárceles, saqueos y disturbios, violentos
estallidos de protesta popular, posibles ataques (in)discriminados contra todo
aquel que tenga un pan de más. Estas son las alternativas por las que están
optando las clases subalternas.
Lo que brilla por su
ausencia en la izquierda tradicional es la creatividad política (véanse
consignas tipo «Quédate en casa, después haremos la revolución») y la capacidad
de dirección estratégica para reconducir el descontento y la fuerza contra los
grandes capitalistas y el gobierno uribista. Lo que prima hoy en los
proclamados alternativos son la nobleza y las buenas maneras, además de una
obsesiva preocupación por salvaguardar, inocente y oportunistamente, la
democracia colombiana. ¡Defender lo que no necesita defensa! ¡Asistir a los que
aspiran históricamente a algo más que asistencia! He ahí los lemas. Permanecer
escondidos, con saludos a la bandera, en vez de anticipar y trazar un plan de
acción para participar, agitar, organizar y politizar el descontento, sin
desmedro de las prevenciones de salud requeridas y de la adaptación activa y
solidaria necesaria a las circunstancias de la pandemia, en clave de reactivar
la movilización nacional.
¿Qué hay detrás de esto
sino una forma velada, refinada, pero igual de deplorable, de demofobia? El
pánico y el desprecio ante las luchas populares, en todas sus formas, se
edulcoran con un buen mercado. El temor al pueblo, a que se desligue no
únicamente de sus gobernantes sino de sus falsos representantes, se sublima
cuando se llega a él como protector, anunciando que luego de un esfuerzo
colosal, se logró coordinar con la alcaldía, con la gobernación o con el
gobierno de la ñeñepolítica, la entrega de ayudas básicas para que mantengan su
existencia animal. En otras palabras, ante la conciencia infeliz (Hegel)
popular y antagónica se presenta la política crediticia (pero fraterna) progresista
para suavizar la manifestación política radical de los de abajo. Así, la
demofobia de izquierda se hace prístina en su desconexión política e histórica
con las subjetividades plebeyas, subversivas, ilegales. Se lamentan estas almas
bellas cuando el pueblo «va demasiado lejos» en sus batallas diarias contra el
sistema capitalista, y a cambio de aclimatar la tozudez y el extremismo de los
olvidados, prometen intermediar ante el Estado para mejorar su miserable
situación. Pero la dialéctica histórica, llevada a sus últimas consecuencias,
anulará cualquier pretensión de apropiarse reformistamente de las luchas
sociales. La tregua con la clase dirigente para convenir y ejecutar de manera conjunta
una respuesta asistencialista, en las actuales circunstancias, no sería más que
un lecho de Procusto para la clase escindida. Ya los ricos, los militares y los
politiqueros del país están celebrando la fiesta de la corrupción robando
recursos públicos escudados con el Covid-19.
El alma bella,
escandalizada, gritará que se «es comunista y clemente cuando se quiere que la
gente viva bien» –aunque dicha afirmación sea tan ambigua como vacía–, y a
continuación señalará como inhumanos e inmisericordes a quienes cuestionamos esta
conducta, mientras reluce ante el mundo todo lo que ella «hace» en bien de la
humanidad. ¡Por supuesto! Esta misma alma bella garantizará que su derecha sepa
lo que hizo su izquierda, gracias a las redes digitales. Orgullosa, exhibirá las
imágenes de su labor, informará en los balances políticos del número de
reuniones en las que participó con propuestas económicas viables, difundirá su
labor humanitaria. La caridad y la bondad traen su recompensa, y la dialéctica
histórica real, de nuevo, cancelará semejante proyección.
Estamos en momentos donde
el pueblo en las calles, y a pesar de los estados de excepción, habla, mientras
el alma bella se desliza entre las nubes hacia su mundo progresista de ensueño.
Las inesperadas bondades de la caridad y la demofobia caducarán. Olvidemos,
pues, la ilusión de mover a nuestro favor las anacrónicas fuerzas del cielo, y
movamos en favor del futuro al Aqueronte.
Referencias:
Imagen tomada del
siguiente link
https://www.elespectador.com/noticias/bogota/ciudad-bolivar-en-disturbios-y-con-cuatro-heridos-termino-entrega-de-ayudas-en-el-sur-de-bogota-articulo-915050
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