POR:
William Monsalve
Qué maneras más curiosas, de recordar tiene uno, diría Silvio en su canción mariposas. Hace un año me prometí volver con mi hija Martina a la plaza. Esta vez podría caminar y correr en medio de las pancartas que se tienden sobre el adoquín, mientras los marchantes llenaban la plaza, arribando con las arengas y el trabalenguas de consignas.
Me estaba reservando para abrazar a mi hija cuando los muñecos de papel y la bandera norteamericana empezaran a arder en el aquelarre que conjuraba los hechizos contra el capitalismo. El imperialismo jamás ardería tanto como ese día.
En esa cita de colores, pancartas, voces y gentes, todos nos encontramos como quienes no se buscan pero siempre con la complicidad de vernos en ese instante de la marcha, abrazarnos por un momento para redimir todo el olvido y actualizar los afectos. La comunión obrera realizada entre la movilización y la bulla. No hay clandestino más conocido que el primero de Mayo y luego de ese día clandestinos otra vez.
Esa marcha de gentes diversas y alegres, la clase obrera, trabajadora, proletaria, esclavizada, maltratada, subalterna, y como se pueda clasificar según la tonalidad del rojo de su bandera, sale a la sociedad a expresarse en el carnaval de la lucha de clases.
Ese día está permitido ser de la clase en sí y gozar para sí lo que es ser de una clase, grupo, partido, movimiento o como se sienta bien marchar. Ese día la dictadura del proletariado es la calles y el socialismo se distribuye en las posiciones de la plaza. A cada cual según necesidad de estar en la marcha y a cada cual según su capacidad de aguantarse en la plaza.
La plaza reserva esas bancas que tiene el lugar común de los desempleados, trabajadores ambulantes, vendedores de helados y loteros en la semana, para permitirle a los viejos gladiadores sindicales y de izquierda, sentarse a esperar el himno de la internacional y los discursos de clase exorcizando al capitalismo, amenazándolo de muerte y prometiendo el futuro socialista. El primero de mayo es el día que más futuro tiene el pasado. Esa es la herencia de los mártires de Chicago y de todos aquellos que nos legaron con su esfuerzo y sus vidas esta conmemoración.
Ahora que se aplazó esa cita pública con todos, vuelvo de nuevo a mis recuerdos y no dejo de repasar una y otra vez las veces que hemos llegado a esa plaza y las tantas veces que Bolívar desnudo ha sido partícipe de nuestra osadía temporal.
No dejo de traer a mi memoria las pancartas y en esas filas irregulares a las personas más queridas. Las que están y que cada año, sin llamar a lista, uno espera que aparezcan y como siempre en medio del tumulto nos sorprenden con un abrazo. Cada año es una renovación y un hasta siempre. Cada año llegan nuevos y viejos amigos. Los hijos y los hijos de los hijos. Una renovación que se actualiza con las generaciones expectantes del acontecimiento del primer día de mayo.
He pisado tantas veces ese empedrado y ninguno será igual al anterior. Siempre van y vuelven protagonistas, gladiadores, hombres y mujeres que han dejado su impronta de lucha en nuestras vidas, en la calle y en la plaza. Recuerdo los primeros días de nuestra vida militante y cómo llegamos a la marcha con el partido adelante. Buscando ser los primeros en la vanguardia colectiva, cuidando la unidad y la fuerza de la movilización.
Veo en esa imagen perimetral de arribo a la plaza, rostros que se han ido para siempre y estuvieron ahí con nosotros empuñando la bandera, arengando, dirigiendo, luego sonriendo y abrazando los camaradas que ese día eran todos en la plaza. En esas marchas estuvimos con Domingo, David Coronado, Yolanda Londoño. También fue la misma que escuchó a Gildardo, Pardo Leal y Bernardo. El lugar de las mujeres donde estuvo Stella Brand. Todos son nuestra memoria de las veces que hemos hecho vibrar las paredes de la ciudad. Allí están sus voces con nosotros.
Hoy mi deber era estar con ustedes, marchar a su lado junto con mi pequeña Martina y mi compañera, justo para celebrar un nuevo encuentro con la vida y la camaradería. Pero las circunstancias de un mundo en crisis nos han impedido el encuentro y ha tocado postergarlo para las nuevas batallas, las que están por venir.
Sin embargo, no pasará en vano, si no fue en la plaza este año, nada nos impide recordarnos la fuerza que hace noventa años templó el acero que los inconformes de este país crearon para el futuro revolucionario de una patria socialista.
Nuestro aniversario partidario tiene una antesala que pone a prueba toda nuestra inteligencia, organización y templanza: la lucha de clases en un capitalismo en crisis. Como ayer, ser comunista jamás fue tan difícil pero a la vez tan importante y necesario.
Las noticias del primer día de mayo advierten tormentas sociales y este tiempo reservado en el marco de la pandemia nos permite renovar las fuerzas y animar la lucha. Una vez más nos encontraremos, cada hora de confinamiento serán sin duda redimidas en días y meses de arduas contiendas por el porvenir de los trabajadores.
Seguro que volveremos con más fuerza y más temprano que tarde ya no será solamente nuestra la plaza y sus calles, sino también la ciudad y el país. Porque como diría Uliánov hace ciento cincuenta años: ¡es preciso soñar!
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