“(…) No se acepta reclamos, para que vayas de guerra en guerra con tu himno nacional/ sonría, tu banderita, la patria a la que le debes tanto, como todos,/ pero ten cuidado, imbécil: por ir pensando en tu metafísica descosida/ ibas a entrar en el parque público/ prohibida la entrada, zona estratégica, tú , negro, humano, perro cívico, civil,/ silencio, y tú sabes que no debes/ prohibido portar armas, eso también se sabe/ y tampoco los proyectos de amor, los aromas futuros, no suena todavía la sirena de las seis,/ prohibidas las huelgas que es cuando puedes pensar”
Jorge Enrique Adoum
Victor
Valdivieso
Las
protestas de ayer, 9 de septiembre de 2020, dejaron varias lecciones. Una de
ellas es que probablemente la gente se viene cansando de los desafueros
estatales, especialmente los que desatan sus fuerzas armadas (militares o
policiales, legales e ilegales). Parece quedar en la retina bastante claro que
la supuesta fuerza pública no está para resguardar la vida de sus ciudadanos. Terrible
perogrullada decir que son simples custodios del capital y guardianes de los
intereses de las clases dominantes. En todo caso, se hace cada vez más evidente
que resguardan bolsillos, no vidas. Por eso los crímenes contra la humanidad no
son casos aislados, como pretenden decir los voceros institucionales. Su actuación
“antihumana” es la práctica constante en instituciones que están al servicio de
la muerte. Lo constatamos en Mineápolis y en Bogotá. En el CAI de Villa Luz y
en las dantescas imágenes de las masacres que a diario enlutan el campo
colombiano. Y se confirma la regla en cualquier lugar del mundo donde los de
abajo interpelen los poderes constituidos.
Pero
otra de las lecciones visibles de la jornada de ayer son los síntomas
ideológicos que se traslucen en estos momentos aciagos. Todos encaminados a sofocar
y encadenar la rabia popular. Ideas útiles para apagar el fuego social. Esto es
lo que hacemos no solo cuando le cuestionamos a los manifestantes sus “formas
de hacer política”, sino también cuando impugnamos sus fines y aspiraciones.
Los
críticos de las formas extinguen el fuego cuando se indignan por la profanación
colectiva de los bienes “públicos”. Producto de la racionalidad económica de
turno, les duele que parte de sus tributos se destinen en la restauración de
propiedades o paredes en lugar de ir a parar en cualquier arca particular. En el
fondo, creen que, defendiendo los negocios públicos, defienden una parte de su
patrimonio personal. Cual tacaño y envidioso, se cuidan de compartir sus
pertenencias con la turba desadaptada. ¡Trabajen, vagos!
Por
consiguiente, acciones como las de ayer se alejan de las formas adecuadas de
protestar. No hay que rayar paredes ni agredir policías. Mucho menos incendiar la
ciudad. Hay que rezongar de manera pacífica. Por el andén. En silencio,
respetando la ley, la autoridad y la propiedad. Doblando a la izquierda o a la
derecha cada que la curva lo imponga. Hacer manifestaciones dignas de seres
civilizados y políticamente correctos. Mejor los cacerolazos, perfomances,
guerra de sparkies, besatones, etc. En suma, “apelar a lo simbólico”, no sea
que “imaginariamente” alteremos lo “real”. De eso se trata las nuevas formas de
hacer política y las acciones de las ciudadanías libres. ¿O no?
Estos
críticos, en el fondo, coinciden con los que rebaten los fines de las
protestas. Los rojos son tan verdes como los verdes biches o aguacates. Y otros
tantos desteñidos. Sin importar el color, están convencidos que la gente no
sabe para dónde ir. En cambio, los de la táctica inteligente, sí tienen la
brújula bien puesta. Conocen las coordenadas y atajos para llegar a buen
puerto. Preguntan: ¿Es que acaso las muchedumbres quieren una revolución?, ¿una
revolución en pleno siglo XXI? ¿violenta y no democrática? Pero es que ni
siquiera han leído a Lenin. Al contrario, análisis
concreto de la realidad concreta. Acomodan sus lecturas para pontificar
sobre lo realmente posible, pues estos actos infantiles no nos llevan a ningún
lado. No hay que incomodar el orden para justificar la violencia policial. Ni
más faltaba. Por eso hay que esperar el momento adecuado para dar el gran paso.
Esperar las elecciones del 2022 para traducir esa rabia en votos. Que nos sirva
el dolor de los muertos para hacer gritar las urnas. Toda plañidera siempre recibe
un buen pago.
Una
vez en el gobierno hay que promover las reformas. Reformar la policía y el
régimen militar. Reformar la doctrina y maquillarla para presentarla como una
nueva. Reformar el manual de funciones y convivencia para incluir renglones en
favor de la paz, los “derechos” y la ciudadanía. Que los agentes se aprenden el
librito y lo reciten de memoria. Listo. Acabamos con la violencia estatal.
A
nivel social y económico hay que hacer otras reformas importantes. Maquillar
allí. Cortar acá. Retocar más abajo. Despuntar más arriba. Y ya está, reformamos
el sistema. Con reformas de fondo y estructurales, no vayan a creer que son
enmiendas superficiales, cambiamos el estado actual de cosas.
Quizá tengan razón. Hay que aprender la lección a pie juntillas y domesticarnos. Hay que naturalizar mansamente lo que nos pasa. No nos queda más camino que repudiar el vandalismo. Y comportarnos como “sujetos” asertivos. Ciudadanos libres que ayuden sumar y no a restar, a conciliar y no a polarizar. A unir y no a fraccionar. A capitalizar estos momentos de indignación. Y como buenos seres sumisos, bienpensantes y libres: ¡A construir el gran pacto nacional!
Comentarios
Publicar un comentario