WALTER
BENJAMIN: A 80 AÑOS DE SU MUERTE
(septiembre 26 de 1940 – 2020)
Imagen: Placa conmemorativa a Walter Bejamin en Port Bou. Fuente: Wilma Guzmán Flores
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La decisión del
suicidio de Walter Benjamin, ese 26 de septiembre de 1940, antes de caer
prisionero ante las hordas fascistas, ubica a este inmenso pensador como un
mártir del pensamiento crítico del siglo XX. Así como el joven Marx, elogia en
su Tesis Doctoral a Prometeo como el primer mártir del calendario filosófico
occidental, podemos sostener que el suicidio del filósofo alemán es un llamado
a toda una época sobre la amenaza perenne del fascismo. Alguien lo ha
denominado “un suicidado de la sociedad”, tal vez, porque se necesitaba que un
intelectual de la talla de Benjamin, nos indicara que es más digna la muerte
por mano propia que aceptar cobardemente la “solución final” en los campos de
exterminio.
El 25 de septiembre de 1940 iniciaron la marcha hacia
la frontera. Por si acaso, Benjamin introdujo en su equipaje 15 tabletas de
morfina que, según su propia confesión, “bastaban para matar un caballo”. El
resto de su equipaje era tan ligero de peso como decisivo para la historia
espiritual de Europa. Según una versión, su “gruesa cartera negra” contenía los
borradores de La obra de los pasajes. Según otros, la cartera contenía el
manuscrito de las Tesis del concepto de historia. Da igual. Ambos documentos
son ya un bien común de la humanidad (…) Apoyado en los hombros de sus
generosos compañeros de huida, Benjamin logró, entre grandes penalidades,
cruzar la frontera y llegar a Port Bou. Pero allí le aguardaban malas noticias:
Franco negaba a los refugiados el paso por territorio español hacia Lisboa. Al
día siguiente volverían a ser deportados a Francia. Era, justo, lo que Benjamin
ya no podía soportar. Agotadas todas las posibilidades de “perseverar en el
ser” (Spinoza), Benjamin recurrió a lo que otro ilustre mentor espiritual de
nuestro tiempo, L. Wittgenstein, llamaría “una porquería”, el suicidio” (M.
Fraijó).
Actualmente,
después de ochenta años, en el cementerio de Port Bou, una pequeña placa
recuerda, que en ese lugar sucumbió uno de los espíritus más lúcidos de su
tiempo; aquel que alguna vez había escrito, como “el suicidio no es una
renuncia, sino una pasión heroica”.
En
la nota necrológica de T. Adorno, en 1940, su amigo y casi discípulo, manifiesta
en tono desgarrador ante la triste noticia: “Se quitó una vida que el mundo
quería negarle desde que empezó a pensar”. Y en un tono anticipatorio predice:
“Es imposible dar en pocas palabras ni siquiera una idea de la filosofía de
Benjamin. Hasta ahora, ha estado protegida por la exclusividad. Se desplegará
en el tiempo, porque incluso su deseo más secreto es el deseo de todos. Pero se
ha perdido la mirada que veía el mundo desde la perspectiva de los muertos,
como si yaciera ante él en una penumbra solar: tal como puede aparecer a los
ojos del redimido; tal como es. De manera incansable, esta mirada mortalmente
triste derramó toda clase de calor y esperanza sobre esta vida gélida” (T. Adorno).
A
partir de 1912, estudio en Friburgo y Berlín, filosofía, literatura alemana y
psicología. Muy pronto se vinculó a las luchas estudiantiles y adhirió al ala
radical del Movimiento de la Juventud, que criticaba las formas burguesas de
vida y aspiraba a transformar la sociedad a través de una revolución cultural. Sus
escritos de este periodo, como La reforma escolar, un movimiento cultural,
La enseñanza de la moral y La metafísica de la Juventud, han sido
referentes substantivos en la formación de varias generaciones de jóvenes revolucionarios.
Basta evocar frases suyas como: “la reforma escolar es un movimiento cultural”,
y por ello, es siempre el “primer principio para debatir” o “hay un criterio
sencillo y bien seguro para examinar el valor espiritual de una comunidad. A
saber, sus preguntas”.
Su
rigurosa e interdisciplinaria formación universitaria lo lleva a formular obras
de gran profundidad y complejidad como su Tesis Doctoral “El concepto de la
crítica de arte en el romanticismo alemán” (1919), “Las afinidades
electivas de Goethe” (1925) y su habilitación docente “El origen del
drama barroco alemán” (1925). Inferir de la concepción de obra de arte romántica
el medio privilegiado para la reflexión crítica y la exaltación de la plena
conciencia; mostrar como una obra de Goethe puede revelarse sólo a partir de sí
misma como crítica inmanente; recuperar el género barroco alemán y la alegoría como
formas para tomar distancia del clasicismo estético. Todas ellas, tareas que
nos muestran un filósofo muy peculiar y potente. Como también afirmara en su homenaje
necrológico el pensador de Frankfurt: “Si alguien, una vez más, dio honor al
desacreditado concepto del filósofo; si alguien, una vez más, se percató de la
posibilidad que había en lo real mediante la fuerza y la originalidad de su
pensamiento, ese fue Walter Benjamin” (T. Adorno).
Evocando
el consejo que nos precede “es imposible dar en pocas palabras ni siquiera una
idea de la filosofía de Benjamin”, quisiéramos en estos tiempos de peligro, remitir
a sus reflexiones sobre la policía en el párrafo décimo de su ensayo “Hacia
una crítica de la violencia” (1921). El pensador despliega los primeros
pasos (“Hacia”) para la crítica de la violencia y subraya que tenemos que
distanciarnos del derecho, la justicia legal y también del pacifismo inocuo
para enfrentar una crítica radical de la violencia. El derecho y el Estado,
antes que contribuir a su mitigación, cultivan el ciclo inexorable de las
violencias.
Analizando
instituciones concretas en Europa como la educación, la “legítima defensa”, la
huelga, el derecho de guerra, el servicio militar obligatorio, la pena de muerte,
aparece esa “institución del Estado moderno”: la policía. Su emergencia es “fantasmática”
porque irrumpe expandiendo temor; la policía en apariencia es una violencia
para fines jurídicos, pero, al mismo tiempo, está autorizada para ampliar los
límites de dicha violencia a partir del “derecho de mando”; por criterios
subjetivistas (comandante de la operación o el propio policía) puede desbordar sus
límites establecidos previamente. En su acción destruye las fronteras entre
“instaurar” y “mantener” los fines jurídicos. Además, actúa ciegamente contra
dos poblaciones: los vulnerables y las personas reflexivas. De ahí que “la
policía intervenga <en nombre de la seguridad> en muchísimos casos en que
la situación jurídica no es clara, o que incluso (sin relación alguna con los
fines jurídicos) vaya acompañando al ciudadano en tanto que molestia permanente
a causa de la vida regulada por innumerables reglamentos, o que simplemente, lo
vigile” (W. Benjamin). Su fantasmal aparición, la anulación de la separación
entre “instaurar” y “mantener” derecho, la sevicia con los vulnerables y el
pensamiento crítico, la imposición de una visión bélica de la “seguridad”,
hacen de la institución policial, para Benjamin, “la mayor degeneración posible
del poder”. Retomando sus lecturas juveniles de Kant, rememora el artículo
tercero de La Paz perpetua: “Los ejércitos permanentes (miles
perpetuus) deben desaparecer totalmente con el tiempo”.
La
muerte de este potente pensador hace ochenta años, de este anticipador de la
amenaza constante del fascismo, es un “aviso de incendio” (M. Lowy) para
continuar estudiando su obra y promover su pensamiento crítico. Evocar que: “Sólo
gracias a aquellos desesperanzados nos es dada la esperanza”.
Sergio
De Zubiría Samper
Fundación Walter Benjamin (Colombia)
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