Por
Víctor Valdivieso
Grupo
Espectros
Gilbert Badia (1971) escribió una obra monumental, en dos tomos, sobre la historia del movimiento Espartaquista. En el primero de ellos se lee una pregunta clave que, probablemente, hoy nos interpele. El interrogante tiene que ver con: ¿qué pensamos aquí y ahora cuando evocamos este término de Espartaquista?, ¿acaso nos referimos a Espartaco[1], en tanto figura insurrecta, o más bien pensamos en aquella estructura revolucionaria dirigida por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en Alemania?
Nosotros,
sin descuidar ni omitir el gran legado de aquel esclavo revolucionario,
invocamos el segundo registro. El de aquella experiencia heroica que se
desmarcaba política e ideológicamente de la hegemonía de la socialdemocracia y
de la “izquierda” europea que votaba a favor del combustible necesario para desatar
una confrontación internacional. Guerra estimulada por ideales abstractos como
el de la patria, la libertad, la unidad
sagrada, entre otros.
Para
Rosa Luxemburgo (2015) esta catástrofe mundial transcurrió gracias a la
capitulación de la socialdemocracia alemana. Incluso:
En ninguna parte la organización
del proletariado se ha puesto tan completamente al servicio del imperialismo,
en ninguna parte se soporta con menos oposición el estado de sitio, en ninguna
parte está la prensa tan amordazada, la opinión pública tan sofocada y la lucha
de clases económica y política de la clase obrera tan abandonada como en
Alemania (p.107).
Por eso, los Espartaquistas comprendían muy bien que secundar esa supuesta unidad sagrada o nacional solo favorecería a los intereses de la clase dominante. El supuesto de estar en el mismo barco, despolitizando la lucha de clases y generando, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, una suerte de Pacto Histórico entre oprimidos y opresores, fortalecería la tiranía del capital y el imperialismo a nivel planetario. Esta lectura crítica tendría su alcance profético y premonitorio. Tanto ayer como hoy comprobamos su justeza.
Ahora
bien, quizá los acontecimientos exijan radicalizar las posiciones de los seres
humanos. En el contexto de los Espartaquistas alemanes, el hecho de que el SPD
(partido socialdemócrata alemán) votara a favor de los créditos de guerra, ese
infausto 4 de agosto de 1914, produjo la necesidad de la escisión política. No
se podía cohonestar con una perspectiva que traicionaba los intereses de las clases
dominadas y oprimidas. El deber mandataba crear una nueva experiencia
organizativa que interpelara tal despropósito. Así fue que confluyeron luminarias
como Franz Mehring, Ernst Mayer, Wilhelm Pieck, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Karl
Liebknecht y otros camaradas en la idea de dar vida a la Liga de Espartaco. Un reagrupamiento revolucionario que, años
después, se traduciría en la conformación del Partido Comunista Alemán (KPD).
Mutatis mutandis,
en Colombia se han producido una serie de hechos y situaciones que han
provocado rupturas, escisiones o desencantamientos a nivel político e
ideológico. Especialmente en el plano de lo que se llama, de manera
indeterminada, la “izquierda”. Dentro de muchos factores, para abreviar los
marcos de referencia, podemos contar tres elementos influyentes que han
radicalizada o alinderado posiciones. Esto es: i) la lectura sobre el Acuerdo de Paz; ii) el tratamiento de la pandemia y iii) la acción política domesticada por las instituciones del
establecimiento.
Frente a lo primero. Nadie sería tan tonto como para oponerse a un acuerdo que finalice una confrontación interna que ha desangrado por mucho tiempo al país. ¡Nadie! A primera vista todos estaríamos a favor de la paz. Pero para los revolucionarios la paz es entendida no como una medida para reconciliar la lucha de clases, y los distintos intereses de la sociedad, sino como una apuesta para tramitar los disensos y los antagonismos en el plano de la lucha política abierta y dialogada. Se parte de la idea de que la resolución pacífica de los conflictos no puede significar el sometimiento al establecimiento ni a los mandatos del capital. Ni la renuncia al socialismo. Y mucho menos aceptar, mansamente, el aniquilamiento permanente de los luchadores populares.
En
todo caso, Colombia se estaría convirtiendo en un paradigma irrefutable de la
paz de los sepulcros. Las cifras dantescas de la guerra sucia confirman que
asistimos a un proceso de paz como aniquilación y paz como sometimiento. Todo
esto en virtud de un Acuerdo firmado. Ahora bien, aunque cualquiera estaría
tentado a justificar este genocidio arguyendo la naturaleza violenta de las
clases dominantes. Sin embargo, la molestia ante estos hechos luctuosos radica
en la desidia, la pasividad y la complacencia
simulada por parte de aquello que se
llama izquierda. Por eso también cualquiera estaría tentado a decir que este
fue el Acuerdo de la rendición o de la traición.
Como
quiera que sea, esto que se autodenomina como izquierda, amparada en la idea de
la paz como reconciliación de todos los
colombianos, ha proscrito la perspectiva emancipadora y revolucionaria. Tienden,
apoyados en un supuesto pragmatismo, a naturalizar el estado actual de cosas. Clamando,
en algunos casos, que se aplique el Acuerdo de paz, la ley y la Constitución
del 91. Casi que pidiendo misericordia por parte de los
enemigos de clase.
De todas maneras, esta perspectiva política,
convencida de la imposibilidad de derrocar al capitalismo, al igual que la
antigua socialdemocracia alemana, trabajan por la humanización del sistema. Un
proceso de embellecimiento realizado de manera gradual, progresiva y pacífica. Por
vía de reformas legales aplicadas en un Estado social de derecho, una vez se
llegue al parlamento y al gobierno. Esta también sería la prenda de garantía
para que se implemente el proceso de paz.
Si
se mira bien, esta consideración ideológica contemporánea, fundamentada también
por Eduard Bernstein (1982), uno de los padres de la socialdemocracia alemana,
cree que asistimos a los buenos tiempos del capitalismo moderado. Creen que el
único problema de este país es que el gobierno está en manos de unos “sectores”
que quieren echar la rueda de la historia para atrás. Por eso muchos de los
voceros de esta izquierda hablan sin ningún rubor del desarrollo del
capitalismo. Un sistema que, bien administrado, puede ir eliminando aquellas
contradicciones que originan las crisis económicas. Según estos “políticos”, gracias
a un buen gobierno progresista, el sistema puede ir adaptándose al progreso histórico sin padecer turbulencias
significativas. Desde esta creencia, como diría Paul Frölich (2015), elementos
como la anarquía de la forma de producción capitalista puede ir siendo paulatinamente
superada. Por tanto, distintos medios de adaptación del sistema, aunados a los
desarrollos tecnológicos y las bondades de la democracia, evitarían los estancamientos,
los colapsos o derrumbes económicos, sociales y políticos. Todo esto autorizaría
a la izquierda a deducir la inexistencia de catástrofes objetivas que
posibiliten las salidas o situaciones revolucionarias. De esa manera, creen que
se marcha sin grandes obstáculos, por la vía electoral, de la mano de las
instituciones, al mejoramiento de la existencia material de los explotados y
oprimidos.
Esta
consideración ideológica se expresa bellamente en el segundo elemento propuesto
para el análisis. Quiere decir que la izquierda bernsteniana, renegando de la
crisis, desestimó el alcance político de un acontecimiento como el del Covid-19.
La pandemia puso al desnudo las desigualdades sociales que produce el sistema y
las agravó. De hecho, producto de las medidas económicas, sociales y políticas
que se implementaron para contener el contagio, millones de personas vivieron
momentos dramáticos. Miles de asalariados fueron echados de sus puestos de
trabajo. Otros muchos fueron sobreexplotados y precarizados en las labores
virtuales. En tanto la inmensa mayoría, excluidos del circuito económico,
abandonados a los oficios del rebusque, fueron confinados sin garantías.
Obligados a vivir “cuarentenas” de hambre.
Esta
situación produjo descontentos. Amagues de protestas y movilizaciones espontáneas.
Acciones condenadas y satanizadas por esta izquierda políticamente correcta.
Organizaciones y estructuras que se refugiaron en su humanismo burgués para
sofocar los conatos populares de la desesperación[2].
En lugar de estimular, promover y organizar acciones de masas, se dedicaron a
respaldar al gobierno de turno apelando a la máxima de estar situados en el mismo barco. Argumentos
como los de “primero la vida y la salud” fueron los garantes del statu quo. La izquierda contemporánea,
incluso a nivel mundial, prefirió calmar el hambre con asistencialismo. Y
menguar la indignación social con medidas “altruistas” como las de la Renta Básica Familiar.
De
esa manera la pandemia transcurre como si nada pasara. Miles de víctimas
mortales se despliegan inadvertidas sobre la racionalidad del sálvese quien pueda, aun estando en el mismo barco. Lo importante, en el
fondo, es mantener el orden vigente y que el capitalismo siga su marcha triunfal.
Parece que no nos equivocamos al decir que esta izquierda es la perfecta aliada
del sistema.
Frente
al tercer factor de análisis, sabemos que, en todo caso, suenan cantos de
sirena anunciando la gran estrategia de cambio. Cambios como reformas posibles
“materializadas” por esta izquierda que se coaliga en el gran Pacto Histórico. Mientras otras fuerzas lo
hacen bajo el rótulo de la Esperanza.
De cualquier forma, lo cierto es que como se parte por creer que la política se vive cada que las
instituciones convocan a la democracia electoral, diversos grupos se alistan
para la contienda.
Casi
como en un hipódromo, aumentan las apuestas. Empiezan las cábalas y los
cálculos matemáticos. La unidad se vuelve
la niña consentida de los ojos bonitos. Pero no porque a estos grupos o
sectores les invada un gran espíritu solidario, sino porque saben que solos no
alcanzan sus intereses. A modo de augurio, señalamos que en esta carrera
desenfrenada por “copar las instituciones” todos ponen, aunque pocos ganan. Los
más débiles van a devenir epígonos de caudillos que mueven las fichas a su
libre arbitrio. Ese es el precio que se paga producto del fetichismo burocrático.
En
todo caso, llegaremos ebrios a la próxima competencia. Cada uno buscando su
rebaño para alcanzar sus objetivos. Es probable que las clases dominantes hagan
los cambios y mutaciones formales para mantener el gobierno. No importa si para
este nuevo tiempo la variante gobiernista es extrema o sosegada. Neofascista o
liberal. A la final la clave es garantizar el totalitarismo del mercado y los
designios del capital. Los representantes de estos intereses podrían
mimetizarse en las coaliciones llamadas de centro
sin ningún problema. Todo para irradiar sentimientos de esperanza y simular fórmulas de cambio.
En
la otra orilla, los excluidos volverán a jugar en el campo del sistema.
Tejiendo alianzas, acuerdos o Pactos.
Esperando, cándidamente, mejorar por esa vía su existencia. Al calor de discursos
grandilocuentes, las aspiraciones de cambio pueden ser traicionadas por algunos
caudillos oportunistas. Dirigentes que quizá se acomodarán a nombre del pueblo.
Al final, las apuestas y sueños de los más humildes pueden quedar en nada. Serán
ilusiones diluidas en las manos de los “representantes”. Así lo creemos y la
historia lo ratifica.
Huelga
decir que estas afirmaciones no constituyen un llamado al pesimismo, sino al
realismo. Por tanto, a los olvidados del mundo habría que recordarles las
enseñanzas de Rosa Luxemburgo (2015) sobre los límites de las reformas, del
gobierno, la democracia liberal-representativa y el parlamento. Lecciones
planteadas en Reforma o Revolución (y
en otros textos) y que se convierten en antídotos contra las falsas
expectativas vendidas por los profetas populares.
En
su obra, nuestra Espartaquista fustigaba la vana ilusión de querer alcanzar el control social del aparato del Estado,
por medio de la ocupación o “toma” pacífica y legal de sus instituciones. En claro
registro marxista, Rosa argumentaba que el Estado no debe concebirse como un
ente neutral al servicio de los sectores que los administren. O un aparato al
servicio “social” de todos. El Estado, en este sistema, “(…) no puede ser
concebido como sociedad, sino como representante de la sociedad capitalista”
(Luxemburgo, 2015, p. 45). Es decir, es un órgano al servicio del capital y del
poder económico. Por esa razón todas las reformas que se pretendan y logren no
serán producto del control deliberado de la sociedad, o gracias a las fuerzas
progresistas, sino producidas –permitidas- por “(…) el control de la
organización de clase del capital sobre el proceso de producción capitalista” (Ídem).
Quiere decir que las reformas, en buena medida, son realizadas por las clases
dominantes. Muchas veces implementadas como “calmantes” ante los descontentos
populares. Pero todas ellas encontrarán sus límites cuando los poderes tensen
la cuerda. Y luego sobrevendrán los tiempos de las contrarreformas. Así oscila
el péndulo de la “gobernanza”. Basta con mirar los “flujos” y “reflujos” de los
llamados gobiernos progresistas en
América Latina para constatarlo.
Por
eso, esto que se dice aplica también para la ilusión de cambio si “llegamos” al
gobierno. Olvidan que un gobierno, así sea progresista o de izquierda, en una
sociedad capitalista, en el marco de un Estado al servicio de este modo de
producción, solo podrá fungir como mero administrador. En casos excepcionales, podrán
actuar como pequeños redistribuidores de la riqueza social. Pero si se ponen
osados y rebeldes, morderán el polvo. Derrocados por golpes militares, gracias
a maniobras legales o ilegales o por diversas formas. La historia, incluso
reciente, da cuenta de ello. Por esta razón, deliran aquellos que creen que van
a cambiar el sistema, o el mismo Estado, en tanto devienen gobierno.
Con
todo y esto, los dirigentes de la izquierda domesticada y reformista le mienten
a los desposeídos cuando les dicen que los cambios sí se pueden realizar con un
poquito de esmero y de actitud positiva. Solo se necesita que, además de ser
gobierno, se tomen el legislativo. Sin embargo, ante esta ficción, podemos de
nuevo citar las sentencias de la dirigente Espartaquista. Especialmente cuando
advertía que las instituciones, y el parlamento, eran “campos” democráticos solo
en su forma, nunca en su contenido real. Esto significa que, desde allí se podrán
tramitar reformas positivas que alteren formal o aparentemente –cosméticamente-
la realidad social. Pero insistimos en que estas no tendrán ningún impacto en la
vida material de las personas. De hecho: “(…) el parlamentarismo es, antes bien,
la forma histórica concreta del dominio de clase de la burguesía” (Luxemburgo,
2015, p. 96). Es decir, es la faceta subsidiaria de la explotación contemporánea.
Sirve a sus intereses.
Ahora
bien, esto no significa de manera absoluta negar la participación de los
oprimidos o los revolucionarios en estos espacios. Solo que la participación
allí se debe enfocar siempre como trabajo de oposición radical a las clases
dominantes. Y como trinchera para ayudar a desatar situaciones revolucionarias
o procesos de confrontación social. Nunca como medio para arañar mendrugos,
ganar puestos (vulgarizando la teoría de la guerra
de posiciones), o para hacer lobby
en aras de negociar “las reformas” sociales.
Por
todo esto, ante todas estas ideas, nuestro deber es el de develar las engañifas
que se les ofertan a los más necesitados a nombre de la izquierda. Al tiempo
que invitamos al pueblo a organizarse activamente para construir el futuro con
sus propias manos. En los actos diarios. Creando, permanentemente, un poder constituyente. Es decir, formas de
direccionamiento de la sociedad adentro, por fuera y en contra de los poderes
constituidos. Interpelando las instituciones del capital. Subvirtiendo el orden
establecido. Derrumbando los pilares de la sociedad existente y construyendo el
socialismo.
Sabemos
que esto pasa, necesariamente, por revitalizar las perspectivas
revolucionarias. Rememorando a los Espartaquistas, se trata de crear una nueva
organización política que abandere las luchas de los de abajo. Un nuevo
reagrupamiento que se hará, como decía Clara Zetkin[3], “(…)
con los dirigentes, si así lo deciden; sin ellos, si siguen mostrándose indecisos,
y contra ellos, si se os oponen” (Badia, 1971, p. 67).
Al
final, creemos que los Espartaquistas nos enseñaron el camino. Se lucha contra
el capitalismo y el imperialismo. Pero también contra los verdugos del pueblo
que lo lapidan en nombre propio. En el fondo, la socialdemocracia, el
reformismo y la izquierda progresista serán siempre fichas útiles para la
reacción. Pasó en Alemania, pero ha pasado insistentemente en otras latitudes. Casi
como renovando una suerte de eterno retorno de lo mismo.
Nosotros
no queremos repetir esta sombría realidad. Ni hacer parte de la traición
histórica fraguada contra los menos favorecidos. Acorde a nuestro contexto
actual, proponemos la necesidad de un nuevo reagrupamiento, un germen, un primer embrión, de la nueva
estructura revolucionaria que se requiere para estos momentos. Una tropa solar
que luche por una democracia plebeya, que batalle contra todas las formas de
explotación y opresión. Y que camine hacia la construcción del socialismo.
¡Pasajeros
de la revolución, subid al tren de la Liga Espartaquista!
Bibliografía
Badia, G. (1971). Los espartaquistas. París:
Mateu.
Bernstein,
E. (1982). Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia
. México: Siglo XXI Editores.
Frölich, P.
(2015). Rosa Luxemburgo, vida y obra. La Habana: Ocean Sur.
Luxemburgo,
R. (2015). Textos escogidos. En R. Luxemburgo, Reforma o revolución (págs.
28-92). Bogotá: Ocean sur.
Luxemburgo,
R. (2015). Textos escogidos. En R. Luxemburgo, Socialdemocracia y
parlamentarismo (págs. 93-102). Bogotá: Ocean Sur.
Luxemburgo,
R. (2015). Textos escogidos. Bogotá: Ocean Sur.
Luxemburgo,
R. (2015). Textos escogidos. En R. Luxemburgo, La crisis de la
socialdemocracia (Folleto JUNIUS) (págs. 103-214). Bogotá: Ocean Sur.
[1]
Espartaco (113 a.c.- 71 a.c.) fue un
esclavo tracio que batalló y comandó una insurrección de gladiadores contra
Roma. Pese a que fue vencido por sendas legiones de soldados romanos, su legado
a todos los revolucionarios.
[2] Casi que repitiendo el libreto de gregarios de los poderes constituidos cuando estalló el gran Paro Nacional del 21 de noviembre de 2019. Paro que, a propósito, fue desmontando y entorpecido por esta misma izquierda contemporánea.
[3]
Texto que apareció en el único número de la Revista Espartaquista llamada Die Internationale. En esta edición, de
mediados de abril de 1915, también escribió Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht,
Franz Mehering, entre otros.
Comentarios
Publicar un comentario