LAS TAZAS DE PORCELANA DEL GRAN HOTEL ABISMO. A propósito del aniversario del natalicio de Rosa Luxemburg
Yebrail Ramírez Chaves
La perra rabiosa
aún causará mucho daño, tanto más cuanto que es lista
como un mono,
mientras por otra parte carece de todo sentido de
responsabilidad y
su único motivo es un deseo casi perverso
de
autojustificación.
Victor
Adler
Con todos los
chorros de veneno de esa condenada mujer,
yo no quisiera que
no estuviese en el Partido.
August
Bebel
Os estoy diciendo
que en cuanto pueda volver a sacar la nariz, volveré a
acosar y perseguir
vuestra sociedad de ranas con toques de trompeta,
latigazos y
lebreles... iba a decir como Pentesilea, pero, ¡por Dios!,
vosotros no sois
Aquiles.
Rosa Luxemburg
Rozalia Luksenburg, más
conocida como Rosa Luxemburg, nació el 5 de marzo de 1871 en Zamość, Polonia. A
primera vista pareciese, por esas bellas y raras coincidencias que ocurren en
la historia, como si el llanto de su ingreso al teatro del mundo estuviera modulado
para los cantos de guerra de los trabajadores y oprimidos contra el sistema del
capital, y que curiosa y efectivamente harían su primer eco histórico triunfal
tan solo trece días después, el 18 de marzo, con la ascensión de la Comunne de París a pocos kilómetros de
la recién nacida. A poco más de siglo y medio del natalicio de Rosa y de la
proclama plebeya parisina «Nous sommes la
Justice», resulta imperativo batallar por la herencia de Rosa y del proyecto
Spartakus, exponentes genuinos, al
decir de Walter Benjamin, de la conciencia que la liberación del yugo de la
sociedad de clases es también la redención de los vencidos. ¿Qué implica esta herencia?
Partamos por lo que no
significa. Para ejemplificar la conducta reduccionista de algunos que se
decretan continuadores de gestas anteriores, valiéndose únicamente de la «autoridad»
que otorgan las siglas petrificadas, es pertinente la metáfora de György Lukács
del Gran Hotel Abismo.
En las habitaciones
confortables del Hotel se encuentran alojados aquellos que aceptan el reino
fetichizado de la forma mercancía y la forma Estado, sean burócratas, políticos
de carrera, comandantes militares, académicos funcionales o domados,
empresarios. Sus tertulias sublimes en los salones del Hotel, aunque vacías de
contenido y perspectiva histórica, abordan los diversos temas de urgencia
nacional. Mientras rebuznan argumentos vacuos pero «realistas», los huéspedes
de derecha, de centro y de izquierda pueden tener momentos de tensión o
rencilla, es cierto, pero nada tan grave que no pueda resolver la normativa del
Hotel (Constitución de 1991) o una tregua interesada. Este magnífico Hotel
tiene, además, un gran vitral que permite la vista panorámica de los exteriores,
y debido a que el Hotel colinda con el abismo del mundo, gracias al vitral se
pueden contemplar sin mayor compromiso el vacío, lo absurdo, la nada, las
negatividades sociales que se despedazan por salir de las sombras. Como todo
Hotel elegante, está equipado con un suntuoso set de vajillas y tazas, con el
fin de evitarles a quienes se alojan en él las molestias de la negatividad que
supone el tener hambre o sed, es decir, las fatigas del abismo. Las tazas
tienen diferentes motivos estampados al gusto de cada huésped: si es uribista,
su taza tendrá el rostro de Uribe o Carlos Castaño; si es santista, tendrá una
imagen de la simplona escultura de Botero.
Y como la izquierda
tradicional, esa que redujo sus reclamos a la «inclusión», también está alojada
en el Gran Hotel Abismo –puesto que fue incluida
a condición de abandonar las armas y las ideas, no desordenar las instalaciones
y acatar las normas–, no pueden faltar las tazas de porcelana con el
estampado de figuras vaciadas de todo
contenido político. Lenin o el Che decoran los pocillos donde sirven el café
a los ilustres jefes que se devanan los sesos pensando cómo socorrer a los
mendigos del abismo sin caer en él, sin salir del Hotel, sin realizar-actualizar
la política de Lenin o del Che. Y también hay tazas con la imagen de Rosa
Luxemburg junto a la de Kamala Harris. De tal modo, la izquierda tradicional asoma sus jícaras por el
vitral para que la gentuza miserable del abismo entienda que la herencia de
Rosa está en aquellos recipientes, en las alturas, en los acuerdos electorales (se
vendan como esperanzadores o como históricos) orquestados con desayunos y
repartija de torta, a puerta cerrada dentro del Hotel. Que los olvidados
esperen en los abismales suburbios, algún día les caerán del hotel las
propuestas viables y las migajas.
No obstante, la banalidad
de las tazas es como la degradación resultante de la publicidad que, en
palabras de Carlos Castañeda, «hace de Prometeo un espectáculo de circo, de
Jesucristo una estrella de music-hall,
de Las meninas un ícono de obtusas
devociones y de los libros de Marx objetos simultáneamente sagrados e ilegibles».
Y hace de Rosa, agregamos, una estampa inofensiva calcada en pocillos para el
Hotel.
Pero a despecho de esta creencia,
¡a Rosa no se la hereda desde las poltronas ni desde el confort legalista ni
desde la postración sumisa! Si tan solo observamos las implicaciones de su
asesinato y el papel jugado por el gobierno encabezado por el socialdemócrata
Friedrich Ebert, resulta más cristalino que la herencia de Junius se encuentra y se conquista fuera del Hotel, en los márgenes y en el
abismo. Como se sabe, Friedrich Ebert y Gustav Noske, en enero de 1919, para
sofocar con violencia cualquier conato de incendio contra las instalaciones del
Hotel (el orden del capital), entregaron a los Freikorps las cabezas de los subversivos. El teniente Hermann
Souchon tiró del gatillo para matar a Rosa.
Este infame suceso no es
una simple anécdota que se archiva en los anaqueles de la erudición
historiográfica. Por el contrario, supuso un antes y un después en la historia
de la lucha de clases. O, parafraseando a Romain Rolland, el impacto de las
trágicas jornadas de enero no recayó únicamente en la revolución socialista
derrotada sino también en la paz mundial. Como lo planteó Clara Zetkin, el
fascismo pudo surgir en parte gracias a estos asesinatos.
A nuestro entender, tal como la condena a muerte de Sócrates marcó la posterior relación de distancia y hostilidad entre la tradición filosófica occidental y la política (problema que Marx comprendió y superó desde sus Tesis sobre Feuerbach), así, mutatis mutandis, los asesinatos de Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y Leo Jogiches sellaron con sangre y fuego la relación histórica de crítica implacable, de independencia política y de desconfianza radical frente y hacia la socialdemocracia por parte del comunismo (sí, desconfiar hasta del nuevo mesías de la socialdemocracia local, Gustavo Petro). ¡Librémonos de las aguas mansas social-liberales!
Estos planteamientos no conducen
a replicar creyentemente las tesis caricaturescas y superficiales del Tercer
Periodo de la Comintern, cuyas consecuencias desastrosas para el movimiento
obrero hoy siguen pesando en los hombros de quienes continúan las gestas
emancipatorias en el globo. Se pretende, más bien, una especie de despertar del
sueño dogmático –como diría Kant– del actual consenso burocrático y progresista adormecido
que se intenta aplicar al movimiento popular y a las bases militantes, consenso
cuyo ambiente es esa cargante noche donde todos los gatos son pardos, donde desaparece
cualquier matiz política, teórica, estratégica, ética, organizativa y de clase
en la densa bruma alternativa y progresista, donde prima el culto a la
personalidad, el fetichismo institucional y la estadolatría (Gramsci), en
detrimento de la lucha de clases anticapitalista y del marxismo humanista y
revolucionario, dos de los fundamentos de la vida, del pensamiento y de la obra
de Rosa.
Y esto es así, a pesar de
que los «cadáveres malolientes» de hoy ensayen, sin éxito histórico,
reconciliar a los trabajadores con los sectores de la imaginaria «burguesía
progresista» en nombre de un Acuerdo de paz traicionado por el Estado colombiano, de pomposos pactos electoralistas
anti históricos y carentes de esperanza, del pragmatismo irreflexivo, de reformas cosméticas, del
desprecio por la teoría y por el debate, de la democracia (liberal) y de la
defensa la Constitución de 1991.
Entonces, ¿qué nos puede
enseñar Rosa? ¿Qué y cómo podemos heredar críticamente su legado? Sin ánimo de
restringir la discusión ni jerarquizar elementos, consideramos preliminarmente
los siguientes aspectos.
En primer lugar, de ella hay que destacar su fogosa personalidad disidente y subversiva, su espíritu de lucha infatigable contra el capitalismo y el imperialismo, contra el militarismo y el burocratismo, contra el reformismo y el parlamentarismo. Su carácter, que es todo lo contrario a la pusilanimidad que opta por los compromisos sin principios y por el arrepentimiento –tan encomiado por ciertos ex «revolucionarios»–, sigue teniendo la fuerza y la referencia que reclaman las nuevas generaciones de luchadores rebeldes en el mundo. Junius fue una mujer que no dio respiro ni calma al «chovinismo masculino» de la socialdemocracia (Dunayevskaya). ¡Sí, Rosa militó en el extremismo! ¡Rosa fue una extremista! Semejante extremismo, que genera infernales fobias en «Duques, Benedettis (por Armando), Goebertus, Londoños y Petros», afortunadamente floreció a costa del pantano de la claudicación de la Segunda Internacional y del SPD, y ese extremismo no deja de ser saludable en la actualidad, cuando el paroxismo febril de la enfermedad senil del institucionalismo consumió a las izquierdas «comunes» y aggiornadas.
En medio de las ruinas que genera el sistema capitalista en crisis, en medio del dominio del individualismo, del acomodo, de la despolitización, del victimismo, de la cobardía, Rosa nos deja una ética profundamente estoica, libre de presiones o prebendas y esencialmente popular, junto con la convicción que sólo el estudio, los principios, la organización y la lucha pueden abrir horizontes para el porvenir de la Aurora de una Nueva Era (Hegel). Sea en la cárcel, sea en la cotidianidad, sea en la intimidad, sea en los sindicatos, sea en las calles, sea en su último respiro, Rosa mantuvo aplomadas sus convicciones. ¡No convaleció, no se arrepintió! Requerimos
y reivindicamos un extremismo y una templanza análogos al de Rosa, esto es, la realización del «ser
radical» de Marx que no se deleita con cambios insignificantes ni se
entusiasma con «aperturas (más bien correcciones) democráticas».
En segundo lugar, en tiempos donde los rectores enanos del social-liberalismo criollo se vanaglorian de desechar como estorbo la teoría, para en su lugar contrabandear un ordinario posibilismo y cortoplacismo, resulta ejemplar la coherencia de Rosa por mantener unida la teoría y la praxis. Sobresalió por su intelecto y su firmeza para hacer respetar el estudio, la reflexión, la crítica –no es accidental que Junius, desde prisión, siempre recomendara a sus amigas la lectura de la filosofía y la literatura griega clásica; tampoco lo es el hecho que al momento de su asesinato llevara en el abrigo una pequeña edición del Fausto de Goethe. Su aguda intuición y su perspicaz mirada analítica la llevaron a captar y confrontar, mucho antes que Lenin, el oportunismo disimulado de Bebel y Kautsky. Igualmente, se destacó por subrayar la importancia del aprendizaje y la consciencia que tanto las masas como los militantes desarrollan a partir de su propia experiencia de lucha, a partir del arrojo a la acción. Para Rosa, ambas dinámicas son inseparables momentos concretos del proceso histórico de la autoemancipación de las subjetividades escindidas.
De tal manera, en Rosa prevaleció la dialéctica contra el evolucionismo fatalista y pacifista. Su conocido dictum profético Socialismo o barbarie da cuenta de ello. Su obsesión fue ponderar en todo momento y lugar los asuntos estratégicos, los objetivos históricos del movimiento obrero, la lucha política –así lo atestiguan sus reflexiones y debates acerca de la Huelga general y de la Huelga insurreccional de masas, del Internacionalismo, o en rechazo de la moderada e ineficaz «Estrategia de desgaste» defendida por Kautsky. En su pensamiento y en su práctica siempre puso de relieve que la unidad estructural de la forma social capitalista no admite ser quebrada ni agrietada por un procedimiento cuantitativo de suma de curules y reformas –Rosa advirtió que «el cretinismo parlamentario era una debilidad de ayer, hoy es un equívoco, mañana será una traición al socialismo». Por ello, en Reforma o revolución puntualizó que el reformismo, en realidad, no aspira sino a blindar el régimen de dominación vigente. Precisamente una de las aristas más reprochables del reformismo estriba en que éste, no el marxismo revolucionario, erige un muro intocable que separa en campos opuestos la teoría y la práctica, para poder así censurar o vetar la crítica, la polémica, en favor del hacer por hacer.
En tercer lugar, en
sintonía con el anterior punto, Rosa es un ejemplo de la superación del llamado
dilema de la impotencia (Lukács), propio de la tradición socialdemócrata y
liberal. Para Rosa, no se trata de enmarañarse en dualismos anti dialécticos
entre estructura y superestructura; entre la determinación del contexto
histórico y de clase, y la volitiva praxis emancipatoria; entre espontaneidad y
organización; entre ética y ciencia; entre lo objetivo y lo subjetivo; entre
necesidad y libertad. Se trata, por el contrario, de captar la dialéctica del movimiento real, y de fomentar, mediante
la intervención consciente y autónoma de las masas y los Partidos
revolucionarios, el movimiento
anulador del tiempo histórico reificado del orden social capitalista hacia el novum histórico emancipado, paso que en
ningún caso está inscrito en imaginarios pergaminos del telos trascendente.
De tal manera, son bastante aleccionadoras y vigentes las tesis polémicas de Rosa sobre la participación socialista en el parlamento y en los gobiernos burgueses, dentro de una estrategia que se presume anticapitalista. Lejos de una confusa homogenización de las instituciones del Estado capitalista, Rosa insistirá en la obligación ética, política y teórica de distinguir ejecutivo y legislativo. Mientras que el parlamento, por su naturaleza, permite a los representantes del proletariado ejercer dentro de él cierta agitación y oposición revolucionaria, aunque sin sobrevalorar sus alcances, la rama ejecutiva, por el contrario, esteriliza cualquier opción de acción política independiente. En sus propias palabras, «la participación en el poder burgués parece contraindicada, pues la naturaleza misma del gobierno burgués excluye la posibilidad de la lucha de clases socialista, [ya que] la naturaleza de un gobierno burgués no viene determinada por el carácter personal de sus miembros, sino por su función orgánica en la sociedad burguesa. El gobierno del Estado burgués es esencialmente una organización de dominación de clase cuya función regular es una de las condiciones de existencia para el Estado de clase».
Para Rosa, en consecuencia, a) el Estado no es un simple instrumento a disposición de cualquier clase, b) el campo de lucha dentro del Estado es bastante acotado (el parlamento) y los logros que se pueden conquistar allí son en extremo escasos, c) el gobierno de la actual forma-Estado (menos el de amplia coalición con partidos de la burguesía) no es un campo de disputa sino un centro de conciliación, administración y reproducción del poder burgués, d) la estrategia revolucionaria, por su esencia, descarta con frialdad y desdén cualquier ilusión en una «vía institucional» del cambio histórico.
Hay que traer a colación las siguientes palabras de Trotski sobre Junius: «es nuestro deber cuidar la memoria de Rosa (…), y transmitir esta vida verdaderamente hermosa, heroica y trágica a las generaciones jóvenes del proletariado, para que la conozcan en toda su grandeza y fuerza inspiradora». Heredarla, entonces, es lanzar al suelo las tazas de porcelana que la exponen como un ícono estéril, y con los filos que desprenden cuando se quiebran, cortar todo lazo que ata al movimiento social al conformismo. Es igualmente rechazar las tentadoras comodidades del Gran Hotel Abismo, en cuyas instalaciones se bebe champaña, se predica el monoteísmo del mercado, al tiempo que se conspira contra los pobres o los luchadores revolucionarios. Es oponerse a cualquier invitación a ser parte del rebaño de aduladores de las «divinidades» alternativas. Es despojarse del ropaje de lo políticamente correcto, abandonar cualquier reverencia a la ignorancia o a los falsos profetas. Es leer con pasión sus textos, comprenderlos, criticarlos –no por nada J. Peter Nettl dijo que las reflexiones de Rosa «pertenecían al lugar donde la Historia de las ideas políticas se enseña con seriedad». Es captar el sentido profundamente rebelde y anticapitalista de su praxis. Es dibujar nuevos horizontes organizativos, al modo como los pintados por la Spartakusbund, para reagrupar el movimiento comunista colombiano. Es, finalmente, trazar una estrategia de derrocamiento acorde a los problemas históricos de hoy y a las dinámicas de la lucha de clases, una estrategia de bloque histórico constituyente en perspectiva de superar la forma social capitalista, que extirpe la decadencia burguesa, la explotación del trabajo, la barbarie de las guerras contra los pueblos, el patriarcado, la crisis ecológica, el embrutecimiento generalizado, a los corruptos y criminales gobiernos de unos pocos.
Para los que no temen a
las palabras, por un marzo, un año, una vida de conmemoraciones y revueltas, de
disoluciones y asociaciones. Heredar a Junius
es declarar, una vez más:
¡Esbirros
estúpidos! Vuestro «orden» está edificado sobre arena. La revolución mañana «se
elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto» y proclamará, para terror
vuestro, entre sonido de trompetas:
¡Fui, soy, seré!
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