Por
Victor Valdivieso
Parece que se desmorona un lugar común en el movimiento social. Ya no cala tan fácilmente la idea según la cual hay marchantes buenos y malos. De hecho, en algunos círculos, se desvanece la dicotomía entre decentes y destructores; pacíficos y desadaptados; civilizados y devastadores; demócratas y vándalos. La práctica concreta muestra otra cosa: desde siempre hay gente peleando de diversas formas. Sujetos que combinan múltiples maneras de resistir y lo hacen sin antagonizar sus heterogéneas formas de lucha.
Esta tesis la comprobamos en medio del actual paro nacional. Mientras unos festejan como si estuvieran en un desfile, otros combaten con furia. En tanto algunos danzan con el sonido de los redoblantes, varios chocan de frente contra el establecimiento. Muchos se expresan con los performances y a través el arte, miles van perfeccionando la puntería. Con arengas o golpes. Todo esto es, en síntesis, la justa rabia del pueblo. Y no actos vandálicos de unos infantiles terroristas.
Es cierto que hay infiltrados. No se pueden negar a los uniformados de civil, máxime cuando las redes sociales capturan sus disfraces y overoles. Pero los varios días de disputa, los ataques a la propiedad y los escombros no son el resultado de sus hazañas. Son producto de la resistencia popular. Más bien es el símbolo de un pueblo que se cansó y que, probablemente, ya no quiere seguir siendo dominado, explotado y gobernado como antes. Que va creando un nuevo escenario político ante la pasmosa mirada de todos.
Los viejos “zorros” de la política se saborean y frotan sus manos. Unos ven la excusa perfecta para decretar Estado de sitio, consolidando la dictadura del capital. Otros ven en esto un potente caudal electoral. Un acontecimiento para capitalizarlo en las urnas, esperando las reformas en el 2022. Con todo y todo, creo que ambos sectores se equivocan. Tacan burro los de arriba y los alternativos. Los planes y dispositivos represivos de la derecha van perdiendo ese efecto demoledor entre aquellos que ya no tienen miedo. Y fallan los electoreros por ir sumando lo que restan. Especialmente cuando quieren recoger votos entre aquellos que desprecian, no representan y ni siquiera interpretan. Al final, todas estas maromas confirman la desconexión de los organizados frente a los espontáneos.
Como no van a cuadrar las cuentas, es hora de pensar seriamente una “reinvención” política. Los retos, para todos los que pujan, pasan por comprender los sentires de los de abajo. Saberlos leer sin irles imponiendo aquellas visiones limitadas de las organizaciones. Remite también a la necesidad de no instrumentalizar a los que batallan por un cambio. Dejar de verlos como piezas útiles para alcanzar mezquinos intereses partidarios. Se trata, en suma, de otorgar a los desfavorecidos el lugar preciado que les corresponde: la centralidad de la acción política.
Así, tal vez, cese la horrible noche y podamos construir una sociedad distinta.
Adenda: mientras escribía esto, Duque anunció el retiro de la reforma tributaria. Otro hecho que sirve para desmontar aquella idea que dice que las movilizaciones no sirven para nada. Sin embargo, ese triunfo popular no puede ser la excusa para desmontar el paro. Por tanto, la lucha sigue.
Desde tiempos inmemoriales, la lucha entre contrarios, unos por defender sus derechos y otros sus privilegios e intereses, ha sido la constantemente. El socialismo utópico que esperaba cambios desde la filantropía o caridad de los más ricos para con los más pobres, se desmoronó ante las tésis del marxismo que sustentan la lucha de clases. Los exploradores nunca renunciarán a sus riquezas y privilegios sin luchar por mantenerlos y los explotados nunca conquistará sus derechos sin luchar por ellos. Los intereses de los exploradores y de los explotados son antágonicos por naturaleza y solo a través de la mucha los pueblos lograrán su emancipación.
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