¿No saben lo que hacen?

 


Por 

Victor Valdivieso

Llevamos varios días de explosivas protestas. De innumerables confrontaciones populares que no se detienen ni con el desmonte de las reformas del gobierno ni con la brutal represión del Estado. Luchas que, pese a los distintos pronósticos, tienden a intensificarse. Lo mejor del caso es que no se les vislumbra el techo.

Es cierto que hay desgaste. O por lo menos así lo percibimos aquellos que no estamos en la primera línea, poniéndole el pecho a las movilizaciones. Incluso, a pesar de la resistencia heroica de los menos favorecidos, del aguante y rabia de los barrios populares, algunos grupos dicen que ya va siendo hora de levantar el paro. De desmovilizar la turba y apagar el incendio social. De restaurar el orden en virtud de una infantilización de los luchadores, argumentado que las sublevaciones no tienen rumbo ni contenidos.

Justamente esa última idea quisiera “problematizarla”. Porque opino que estas sentencias políticas esconden horrendos desprecios a las masas. Especialmente cuando asumen que los que están en las calles ni saben por qué están protestando. Bien sea porque creen que los de abajo no tienen desarrollada la conciencia de clase. O bien porque consideran que algunos solo marchan por moda. O simplemente porque ven “chirris” saliendo a “parchar” en las aglomeraciones.  

No se trata de idealizar el pueblo. Pero sí de rechazar esas formas de violencia epistémica. Se trata de decirles a los encopetados que las opresiones también se entienden en los territorios y no solo en las academias; en los burós o en las convenciones de los que se hacen llamar dirigentes. En la comunidad segregada, aunque no lo crean, también se comprende la realidad. No son temas exclusivamente reservados para el pensamiento de los gomelos, como para argüir que necesitamos a los javerianos boys tirándole línea a las muchedumbres.  

Si esto es así, entonces, no es que entre la gente no existan consignas, reivindicaciones o prerrogativas claras. Solo que estas exigencias son diversas. Unas más aduces, otras más modestas. Quizá unos piensen que esto se levanta cuando caiga el uribismo y Duque renuncie, en tanto se constituya un gobierno provisional y de transición. Otros no reparan tanto en eso, simplemente anhelan vivir dignamente. Tener mejores oportunidades en este mundo que los ha condenado al sufrimiento y a la absoluta marginalidad.  

En estas variantes, desde luego, las ideas extremas o infantiles deben ser condenadas, canceladas. Máxime cuando aquellas hipótesis del derrocamiento del gobierno o son “ingenuas”, o nos pueden llevar a un golpe de Estado en cabeza de los militares. Un remedio peor que la enfermedad, dicen. Por tanto, para algunos autoproclamados voceros es mejor acoger las ideas posibles y conciliadoras. Es decir, hay que negociar una salida democrática a la crisis.  

Por eso los que se arrogan las vocerías, los que acaparan y asaltan el protagonismo del paro, mandatan el diálogo y la reconciliación nacional. Muchos ya han ido a tertuliar con el presidente, movidos por la esperanza de encontrar soluciones razonables para todos. Otros, para no ser castigados por el movimiento social, aguardan el momento preciso para conversar. Para tramitar los pliegos y las medidas caritativas de la asistencia social. En todo caso, al final, todos estos sectores pujan por resolver el acontecimiento en las urnas del 2022. 

Para terminar, es cierto que varios voceros innombrados convocan a las asambleas populares. Y, cabe decir, que es un escenario absolutamente necesario y urgente. Encuentros que deben ser alternados con las jornadas de protestas. Coincido.

Sin embargo, estas reuniones no pueden servir de excusa para desmantelar la pelea. No deberían convertirse en mecanismos para instrumentalizar las reivindicaciones de todos. Ni en teatros de deliberación social para dotar de “insumos” a los voceros. Todo lo contrario, pienso que deben ser espacios de politización colectiva que ayuden a perfilar las batallas que vienen. Para desatar y organizar la lucha de clases.

Adenda: Se desnuda el verdadero rostro del régimen colombiano. Un establecimiento y unas clases dominantes que combinan todas las formas de violencia con tal de mantener la dictadura del capital y contener el descontento de la gente. Los crímenes diarios dan cuenta de ello. ¿De qué paz me hablas, viejo?

 

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