Yebrail Ramírez Chaves
La derrota de la opción Apruebo en el
plebiscito del pasado domingo 4 de septiembre supone un duro revés para las
clases subalternas de Chile, para sus expresiones organizadas revolucionarias y
para el proyecto agrupado en torno al progresismo y al gobierno. Los resultados
electorales del domingo inauguran la bancarrota política (tal como Lenin
entiende este concepto) del progresismo chileno. El gobierno de la «neo
concertación» o de la «concertación ampliada» tiró toda la carne al asador y se
le quemó de una manera vergonzosa.
En dos equivocados movimientos simultáneos
se desvanecieron las ensoñaciones reformistas de quienes hoy ocupan la Moneda.
Por un lado, se han incumplido y/o aplazado las promesas de reformas y acciones
políticas que se hicieron en campaña (libertad a presos de la revuelta, suprimir
las AFP, reforma laboral a favor de la clase trabajadora, solución no
militarista y popular del llamado «conflicto mapuche», etc.), con el fin de no disputar
con el establishment y de redirigir los esfuerzos institucionales y
partidistas a la campaña del plebiscito. Por otro lado, se han hecho grandes
concesiones a las presiones del gran capital, del militarismo y de la derecha, persiguiendo y
capturando luchadores mapuches (continuando con el Estado de excepción de la
Macrozona Sur, aplicando la ley antiterrorista y encarcelando a los dirigentes
de la CAM Héctor Llaitul y Ernesto Llaitul), reprimiendo la protesta de
trabajadores y estudiantes, respaldando ciegamente a los carabineros y militares, y gestionando la crisis económica al modo como los
empresarios dictan, a través del Ministro de Hacienda Mario Marcel, en
detrimento de los más pobres (véase el exiguo aumento del salario mínimo, por
ejemplo, a contrapartida de los escandalosos aumentos salariales de los
funcionarios cercanos a Boric y su gabinete). La situación económica de Chile
es crítica, literalmente las familias proletarias y campesinas están aguantando
hambre y pasando penas para llegar a fin de mes, y la respuesta desde el
gobierno ha sido lamentable y acorde a los mandatos del FMI y del Banco Central
de Chile.
A mi juicio, parece conveniente dividir en
temporalidades históricas (en clave braudeliana) los antecedentes de la derrota
del Apruebo. Sin pretender agotar la perspectiva histórica y de análisis, se
pueden exponer tres momentos: 1) el «más lejano», que se remonta a la
transición de la dictadura cívico-militar hacia la democracia liberal actual, donde
se forjaron y consolidaron los pilares, los principios y los procedimientos del
orden institucional del Estado y de la nueva fase de acumulación de capital
post dictadura, junto con una cultura y mentalidad ultra individualista y
pequeñoburguesa en la sociedad civil chilena, configurada con una mezcla de terrorismo
de Estado y hedonismo consumista neoliberal. No es posible desconocer que esta
ideología fue importante en la campaña electoral, donde la derecha atizó miedos
y fantasmas como la expropiación, la pérdida de la herencia, etc., a pesar de
que estos factores no estaban presentes en el texto. En otras palabras, este
tiempo es el momento de la configuración de la nueva hegemonía de las clases
dominantes, que ya cumple más de treinta años.
En este momento la lucha de clases se
ajustó a las nuevas dinámicas, pero la izquierda tradicional se caracterizó por
un respeto reverencial a esas nuevas instituciones y a esa legalidad, sus
programas y sus discursos siguieron anclados a las viejas fórmulas y a los
dualismos anacrónicos como, por ejemplo, «la contradicción principal es entre
neoliberalismo y democracia», «la tarea fundamental es profundizar la
democracia». Así, en estos treinta años se mantuvieron en una conducta
reformista liberal típica: parlamentarismo + ser parte de gobiernos. Las
izquierdas institucionales y la concertación han cogobernado y han coadministrado
secuencialmente las instituciones y el capitalismo chileno amoldado por la
dictadura y la represión.
2) El segundo tiempo es «más
cercano», y se ubica en la rebelión del 2019 y su desenlace. Recordemos que Sebastián
Piñera y el bloque de poder dominante, estando ya sobre las cuerdas y cercanos
de recibir el nocaut definitivo, hicieron un movimiento inteligente para ganar
tiempo y ser salvados por la campana, convocando el 15 de noviembre de ese año
a los partidos políticos para lograr un «acuerdo por la paz». Este acuerdo,
junto con la represión y el terrorismo de Estado, logró progresivamente sofocar
la rebelión y eliminar cualquier «amenaza insurreccional». La crisis se mesuró
(provisionalmente) con una salida de «revolución pasiva»
(Gramsci). No es que las movilizaciones se detuvieran de manera inmediata tras
el acuerdo, pero sí se desmovilizaron muchos sectores (principalmente las
llamadas «capas medias», que no pedían tanto una revolución como ser rescatadas
del endeudamiento crediticio sin perder su estilo de vida) y quedaron en
solitario y acéfalos los sectores más populares y radicales.
Este acuerdo es clave porque de allí nace
el plebiscito de octubre del 2020 que derivaría en la convocatoria a la
Convención Constituyente, organismo que finalmente redactó la propuesta que fue
rechazada el pasado domingo. Así, aunque la rebelión logró proyectar procesos
constituyentes abiertos, de base, con cabildos locales y sectoriales (poder
popular), a la larga se impuso un acuerdo por arriba con una salida puramente
electoral, dentro del marco legal-institucional vigente, con su correlativo desfile de publicidad y de demagogia. Valga recordar que el
actual presidente Gabriel Boric fue uno de los que firmó ese acuerdo (lo que lo
convierte en un traidor de la lucha social), y que por ello
su legado será el de Judas del pueblo chileno alzado.[1]
La Convención Constituyente, en
consecuencia, nació con un «pecado original», pues procedía y actuaba como una
institución forjada por los partidos y políticos de siempre, cuando los
chilenos de las clases subalternas precisamente se rebelaron contra esos
partidos institucionalizados y contra esas viejas maneras de hacer política. La
Convención actuó de espaldas a los sujetos escindidos, reprodujo las formas
representativas deslegitimadas, solidificó la enajenación del poder político.
3) El último tiempo, el «reciente»,
es el de este año, con la instalación del gobierno progresista, la agudización
de la crisis económica y la campaña del plebiscito. Claro que la derecha y el
gran capital tienen los medios económicos y de comunicación, y claro que los
van a usar a su antojo; por supuesto que hubo un despliegue de noticias falsas,
sabotajes a la Convención y manipulación; es cierto que la apropiación y el
estudio del texto fue escaso por parte de la gente, lo que favorecía al
Rechazo; pero lo que llama la atención es que mientras la campaña del Apruebo
fue encabezada por los mismos partidos del gobierno, la campaña del Rechazo se
presentó como un «movimiento ciudadano sin partidos y sin políticos», leyendo
muy bien el escenario y cautivando con este populismo de derecha a una
población que está hasta la coronilla de los mismos partidos, de las mismas
élites, de los mismos políticos (incluidos los de la «izquierda caviar»).
Y si a esto se suma lo ya dicho sobre la gestión del gobierno, los resultados no parecen tan sorpresivos. El gobierno creyó que cediendo más a la derecha y a los empresarios se iba a ganar su conmiseración y que con ello ganaría la opción Apruebo, pero solo consiguió, además de la apabullante derrota, que la burguesía chilena y sus representantes políticos le tiendan una mano pérfida mientras con la otra sostienen amenazantes una navaja sobre la yugular del Ejecutivo. Por su parte, el profundo desencanto y la frustración de los sectores subalternos y revolucionarios los aleja de la posibilidad de arriesgar el pellejo por Boric y cía.
Finalmente, es necesario añadir un
elemento inmanente al texto propuesto y a la actitud de las clases trabajadoras
frente a él. El defecto principal de la propuesta no radica en su extensión, ni
tampoco en ser un dizque «documento Frankenstein» mal elaborado, ni mucho menos en su aparente radicalidad. La propuesta no poseía un ápice de perspectiva anti sistémica,
sino que se ajustaba a los cánones liberales actuales para «modernizar» las
instituciones del país austral, lejos de cualquier intimidación real a los
privilegios de las clases más pudientes. Desde el punto de vista del
antagonismo capital/trabajo, significativo y fundamental del conflicto de clases
que tuvo su cenit en octubre de 2019, el documento constitucional propuesto es bastante
pobre y hasta indiferente, sobredimensionando sus aristas identitarias y de
culturalismo liberal. Tal como lo destaca Igor Goicovic, de los 388 artículos
propuestos, únicamente 6 hacen alguna alusión a la clase trabajadora. «El
trabajo, el subempleo y el empleo precario, su lugar en la esfera productiva y su
defensa frente al capital nunca fueron temas centrales (…) Una parte importante
de los trabajadores, entre ellos los más duramente golpeados por la explotación
y la pobreza, no vieron en este texto nada que supusiera una mejora relativa de
sus condiciones»[2].
La lucha de clases con enfoque revolucionario y anticapitalista estuvo al
margen en la vida de la Convención, mientras que las políticas identitarias y
culturalistas, funcionales al sistema de dominación, saturaron la propuesta final.
Tal vez esto explique, en parte, los motivos de la victoria del Rechazo en los
barrios obreros y periféricos.
¿Qué se viene? Chile parece adentrarse en
una especie de interregno, en sentido gramsciano. La crisis sigue viva, donde
lo viejo se resiste a morir, lo nuevo no puede aún germinar, y las fuerzas se enconan
en una lucha cada vez más aguda. Los monstruos como José Antonio Kast y el
militarismo pinochetista adquieren más brío, ya que el poder militar sigue
entronado y está satisfecho con los resultados. Los afanosos llamados de Boric al
diálogo y a la unidad se evaporan en el ambiente caldeado del conflicto real. Lo
más seguro es que desde el gobierno y los partidos que lo componen siga
primando la política de los consensos, la política por arriba. Van a estar más preocupados de no caerse que de hacer cualquier reforma por tímida que sea. La derecha, por
su parte, ya cerró la puerta a eventuales apuestas constituyente, y tiene el sartén por el mango.
Por el lado de la movilización social, es probable que se reactive más pronto que tarde, aunque el horizonte político de sus objetivos y conducción no parece muy claro. El panorama es incierto. Las organizaciones mapuches político-militares persisten en su resistencia social y armada, y en sus acciones de sabotaje; las luchas de trabajadores, estudiantes, mujeres, disidencias sexuales son permanentes y no parecen dar el brazo a torcer. Las subjetividades escindidas siguen actuando. Pero aún hay carencia de un frente revolucionario anticapitalista que conglomere, acompañe, dirija, se involucre y proponga una salida no reformista y no institucional a la crisis. No se puede persistir en las falsas respuestas plebiscitarias a los asuntos cardinales de un pueblo («respuestas» adecuadas únicamente a la dominación y al Estado), no se puede insistir en la estadolatría (Gramsci), no es lícito continuar conservando el orden en nombre de los de abajo. La alternativa apunta a una estrategia de ruptura, a un más allá de las formas vetustas de la democracia liberal. Además, es urgente retomar las reflexiones y los debates sobre los sujetos, que supere las perspectivas unilaterales, fragmentarias y de atomización de las políticas de identidad y culturalistas, y que, sin desconocer la diversidad y multiplicidad de reivindicaciones sociales, reposicione a las clases trabajadoras, al llamado precariado, como uno de los agentes fundamentales del novum histórico. En Chile ya varios sectores y grupos iniciaron los llamados en este sentido.
[1] CNN Chile, “Vendiste al pueblo”: Registran funa a
Gabriel Boric en el Parque Forestal, visto en https://www.cnnchile.com/pais/video-funa-gabriel-boric-parque-forestal_20191220/
[2] Goicovic, Igor, La derrota reformista y el
escenario del conflicto político, visto en: https://rebelion.org/la-derrota-reformista-y-el-escenario-del-conflicto-politico/
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